Bienvenidos a una de las series de los blogs sobre el Concilio Vaticano II. Cada nota examina uno de los 16 documentos producidos por los Padres del Concilio durante esa ocasión extraordinaria en la historia de la Iglesia. El Vaticano II, que unificó a los obispos del mundo, se fundó hace cincuenta años, el 11 de Octubre de 1962, en la Basílica de San Pedro.
(Photo courtesy of Catholic News Service) |
Por Roger
Schwietz, Arzobispo de Anchorage
Aprobado en 1964, este
documento considera a la Iglesia tanto como un misterio con elementos impalpables,
como una institución con estructura visible.
Establece una forma de entender a la Iglesia que ha formado
profundamente las creencias y las prácticas durante los últimos 50 años. Aquí tenemos cinco aspectos significativos de
este documento.
(1) Llamado universal a
la santidad. El Concilio expresó que
el propósito de la Iglesia, y de toda vida humana, es la santidad. Este es el llamado fundamental hecho a todos
los cristianos y que se puede vivir de diferentes maneras, de acuerdo al estado
de vida de la persona y a sus talentos personales. Este énfasis en la llamada a la santidad
provocó un renacer espiritual entre los laicos. A consecuencia del Concilio, florecieron muchos
movimientos de renovación. Los laicos
católicos comenzaron a estudiar la Biblia, exploraron diferentes maneras de
orar, y buscaron una guía espiritual. Como observaron los Obispos de los Estados
Unidos, “la necesidad que tiene el laicado por la palabra de Dios es evidente
en todas partes”. (Llamados y Dotados, 1980).
(2) La Iglesia como Pueblo de Dios. El Concilio enfatizó que nos salvamos, no solo de forma individual, sino también en comunidad – como Pueblo de Dios. Como resultado de esto, hemos visto una renovada imagen de la familia como “iglesia doméstica”, la comunidad fundamental donde se nutre la fe. Además, en muchas parroquias se han formado pequeñas comunidades de fe así como grupos de apoyo que están particularmente enfocados en recibir una diversidad de culturas y generaciones.
(3) El papel de los Obispos.
Mientras que el Concilio Vaticano Primero
(1869-70) hizo énfasis en el papado, el Concilio Vaticano Segundo resaltó la dignidad
y la autoridad de los Obispos. La
palabra “colegiado” expresaba como el Concilio identificaba el papel del Colegio
Episcopal al dirigir la Iglesia. Declaraba que los Obispos, siempre en unión
con el Papa, “tienen suprema y total autoridad sobre la Iglesia universal”.
(#22) La colegialidad ha tenido
implicaciones prácticas en el gobierno de la Iglesia. Por ejemplo, ha provocado la instauración del
Sínodo de los Obispos, por medio del
cual el Papa consulta periódicamente con representantes de los Obispos de todo
el mundo. El Sínodo más reciente, y que
toca el tema de la Nueva Evangelización, tuvo lugar en octubre del 2012.
(4) El diaconado
permanente. Dos párrafos de Lumen Gentium han hecho un impacto
tremendo, sobre todo en los Estados Unidos.
Estos párrafos autorizan restablecer el diaconado como un ministerio
permanente. O sea, hombres adultos, casados pueden ser ordenados diáconos para
asistir a obispos y sacerdotes con sus ministerios pastorales, y esto incluye
predicar y oficiar en bautizos, bodas y funerales. Muchas diócesis en Norteamérica han
aprovechado esta oportunidad al máximo.
Los Estados Unidos van a la cabeza en el número de diáconos permanentes
en el mundo. Casi 15,000 ejercen un ministerio activo, y más del 90 por ciento de
ellos están casados.
(5) La Vocación del laico. Al repasar todo el documento, y también reflejado en otros documentos del Concilio, encontramos el tema de la participación del laico en la misión de la Iglesia. Por medio del bautismo todos los fieles católicos están llamados a proclamar a Jesús en el mundo. Los fieles católicos viven este llamado al ser testigos de Cristo en la familia, en el trabajo, y en la sociedad. Este es el “carácter secular” del laicado, que requiere un compromiso activo con el mundo. Si el papel del laicado fue desatendido en el pasado, en Lumen Gentium este papel es restaurado, y proclama, “De este modo, también los laicos, como adoradores que en todo lugar actúan santamente, consagran el mundo mismo a Dios”.
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Arzobispo Roger Schwietz, ex-director del
Comité de Liturgia de los Obispos de los Estados Unidos.
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