Wednesday, October 31, 2012

Los Cincuenta Años Del Concilio: La Libertad Religiosa – Un Asunto de Importancia Mundial para la Iglesia de Hoy


Bienvenidos a una de las series de los blogs sobre el Concilio Vaticano II. Cada nota examina uno de los 16 documentos producidos por los Padres del Concilio durante esa ocasión extraordinaria en la historia de la Iglesia. El Vaticano II, que unificó a los obispos del mundo, se fundó hace cincuenta años, el 11 de Octubre de 1962, en la Basílica de San Pedro.

 
(Photo courtesy of Catholic News Service)

El Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene el derecho a la libertad religiosa”.  Este es el primer párrafo del capítulo I de Dignitatis Humanae (La Dignidad Humana), que es la  Declaración sobre la Libertad Religiosa, aprobada en el 1965 por los obispos en el Concilio Vaticano II.

John Carroll, el primer obispo de Norteamérica, primo de Charles Carroll, quien firmó la Declaración de Independencia, favorecía la libertad religiosa.  Un siglo más tarde, el Cardenal James Gibbons de Baltimore, en un histórico sermón predicado en Roma, abogaba por la libertad religiosa.  El sacerdote jesuita, John Courtney Murray, uno de los pocos teólogos católicos que han aparecido en la portada de la revista Time, escribió una serie de artículos antes del Concilio en los que exploraba el tema de la libertad religiosa de forma sistemática y profunda.

La Declaración sobre la Libertad Religiosa comenzaba con un trabajo del Cardenal Augustin Bea, S.J.  y su Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.  El padre Murray escribió 2 de los 12 borradores que componían el documento. Él había dedicado su vida a señalar la relación entre la filosofía y la teología católica y el concepto de libertad religiosa en Norteamérica.  Su trabajo, así como el de algunos teólogos franceses, sustentaba la Declaración.

En la Declaración los Santos Padres del Concilio
·         Sostenían que el derecho a la libertad religiosa “está realmente fundado en la dignidad misma de la persona humana, tal como se la conoce por la palabra revelada de Dios y por la misma razón natural”. [2]

·         Declaraban que las personas, “…están impulsadas por su misma naturaleza, y están obligadas además moralmente a buscar la verdad, sobre todo la que se refiere a la religión”. [2]

·         Sostenían que “la libertad debe reconocerse al hombre lo más ampliamente posible y no debe restringirse sino cuando es necesario y en la medida en que lo sea”. [7]

·         Reconocían que “aunque en la vida del Pueblo de Dios, peregrinó a través de las vicisitudes de la historia humana, se ha dado a veces un comportamiento menos conforme con el espíritu evangélico, e incluso contrario a él, no obstante, siempre se mantuvo la doctrina de la Iglesia de que nadie sea forzado a abrazar la fe”. [12]

·         Apuntaban que “la Iglesia reivindica para sí la libertad, en cuanto es una sociedad de hombres, que tienen derecho a vivir en la sociedad civil según las normas de la fe cristiana”. [13]

La Dignitatis Humanae fue aprobada abrumadoramente en la última sesión del Concilio.  Esta aprobación se llevó a cabo gracias al respaldo de los obispos de la Europa Oriental Comunista, así como a los obispos de los Estados Unidos.

El documento es de singular importancia y ha seguido causando impacto. ¿Quién no recuerda los vigorosos reclamos de libertad religiosa del Papa Juan Pablo II durante sus viajes al enfrentarse a dictadores?  La libertad religiosa se ha convertido en el fundamento de la ética y la acción social católica por todo el mundo.  

La Declaración ha mantenido su peregrinaje católico hacia una total comunión con nuestras hermanas y hermanos protestantes, ortodoxos y anglicanos.  Como ya sabían el Cardenal Bea y otros Santos Padres del Concilio, de nada serviría ningún esfuerzo de diálogo ecuménico sin el apoyo católico a la libertad religiosa. 

Dignitatis Humanae ha permitido a los intelectuales católicos continuar investigando las razones de implicaciones y limitaciones de la libertad religiosa.  Después de cuatro décadas desde su muerte, el trabajo de John Courtney Murray aún está siendo discutido.

La Declaración afianza los esfuerzos que actualmente realizan los obispos católicos de los Estados Unidos ante los retos procedentes de varios frentes que intentan limitar o redefinir la libertad religiosa en los Estados Unidos, y exigen una definición firme de lo que es la libertad religiosa.  Es muy interesante ver que la Iglesia católica sea ahora ¡la principal promotora de libertad religiosa del planeta!

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El Arzobispo William E. Lori de Baltimore es Director del Comité Ad Hoc sobre Libertad Religiosa de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos.

 

 

The Council at 50: Religious Liberty Major Worldwide Issue for Church Today


Welcome to one of the series of blogs on the Second Vatican Council. Each piece reviews one of the 16 documents produced by the Council Fathers during the extraordinary occasion in Church history. Vatican II, which drew together the world’s bishops, opened fifty years ago in St. Peter’s Basilica, October 11, 1962.


(Photo courtesy of Catholic News Service)


The Vatican Council declares that the human person has a right to religious freedom.” This is the opening sentence of Chapter I of Dignitatis Humanae (Of Human Dignity), the Declaration on Religious Liberty, approved in 1965 by the bishops at the Second Vatican Council.

The first U.S. bishop – John Carroll, a cousin of Charles Carroll who signed the Declaration of Independence. favored religious liberty.  A century later, Cardinal James Gibbons of Baltimore advocated religious liberty in a landmark sermon he gave in Rome.  Jesuit Father John Courtney Murray, who is one of the few Catholic theologians to appear on the cover of Time magazine, wrote a series of articles prior to the Council which explored religious liberty systematically and deeply.

The Declaration on Religious Liberty began with the work of Cardinal Augustin Bea, S.J.  and his Secretariat for Christian Unity. Father Murray wrote two of its 12 drafts. Murray had devoted his life to showing the relationship of Catholic philosophy and theology to American thinking on religious freedom. His work and that of French theologians undergird the Declaration.

In the Declaration the Council Fathers

·         Held that the right to religious freedom “is based on the very dignity of the human person as known through the revealed word of God and by reason itself.” [2]

·         Declared that persons, “… are both impelled by their nature and bound by a moral obligation to seek the truth, especially religious truth.” [2]

·         Contended that “religious freedom should be given the fullest possible recognition and should not be curtailed except when and in so far as necessary.” [7]

·         acknowledged that “Although in the life of the people of God in its pilgrimage through the vicissitudes of human history there has at times appeared a form of behavior which was hardly in keeping with the spirit of the Gospel and was even opposed to it, it has always remained the teaching of the Church that no one is to be coerced into believing.” [12]

·         Noted that “The Church also claims freedom for herself as a society of men with the right to live in civil society in accordance with the demands of the Christian faith.” [13].

Dignitatis Humanae was approved overwhelmingly at the final session of the Council. Its approval was affected by the support of religious liberty by bishops from Communist Eastern Europe as well as U.S. bishops.

The document is singular in its importance and has had a sustained impact. Who can forget the robust calls for religious liberty by Pope John Paul II in the face of dictators during his travels?  Religious liberty has become a cornerstone of Catholic social ethics and action throughout the world.

The Declaration has sustained the Catholic pilgrimage toward full communion with our Protestant, Orthodox and Anglican sisters and brothers. As Cardinal Bea and other Council Fathers knew, without Catholic support for religious liberty, any attempts at ecumenical dialogue would ring hollow.

Dignitatis Humanae has enabled Catholic intellectuals to continue to probe the reasons for, the implications of and the limits to religious liberty. The work of John Courtney Murray is still being discussed four decades after this death.

The Declaration undergirds current efforts by Catholic bishops in the United States to challenge moves in various quarters to limit or redefine U.S. religious liberty and demands support for a robust definition of religious liberty. How interesting that the Catholic Church is now the prime promoter of religious liberty on the planet!

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Archbishop William E. Lori of Baltimore heads the U.S. bishops’ Ad Hoc Committee for Religious Liberty.

 

 

Thursday, October 25, 2012

Los Cincuenta Años Del Concilio: Para los Obispos, una nueva forma de trabajar: El Asesoramiento


Bienvenidos a una de las series de los blogs sobre el Concilio Vaticano II. Cada nota examina uno de los 16 documentos producidos por los Padres del Concilio durante esa ocasión extraordinaria en la historia de la Iglesia. El Vaticano II, que unificó a los obispos del mundo, se fundó hace cincuenta años, el 11 de Octubre de 1962, en la Basílica de San Pedro.

(Photo courtesy of Catholic News Service)



Al reunirse en Roma los obispos de todo el mundo para la XIII Asamblea General Ordinaria de los Obispos, pueden estos agradecer a los Santos Padres del Concilio Vaticano Segundo el haber hecho esto posible. El Sínodo de los Obispos, establecido por el Papa Pablo VI antes de que concluyera el Concilio, puso en práctica el deseo de los obispos de una estructura permanente que el Papa pudiera utilizar cuando lo necesitara, para discutir tópicos importantes de la Iglesia.  De esta forma, el Papa podría recurrir a la experiencia y sagacidad de los obispos quienes desempeñan su ministerio en diferentes circunstancias y condiciones, y así tomar decisiones que respondieran a las necesidades de la Iglesia en los muchos países en los que ésta está presente.

La importancia de realizar este asesoramiento sobre el gobierno de la Iglesia es un tema que se repite en todo el documento Christus Dominus (Cristo, el Señor), que es el “Decreto sobre el Ministerio Pastoral de los Obispos en la Iglesia”.    Fue la esperanza del Concilio que las oportunidades para asesoramiento continuaran creciendo a todos los niveles dentro de la estructura de la Iglesia.  Si su diócesis ha celebrado un sínodo diocesano durante las dos últimas décadas, usted ha experimentado esta esperanza en acción, y lo más probable es que esté mucho más familiarizado con los concejos que existen a niveles diocesano y parroquial, y que ofrecen oportunidades regulares para que los laicos, tanto hombres como mujeres, los religiosos, sacerdotes y diáconos ofrezcan sus talentos y experiencias a su obispo o a su párroco, y así lo ayuden a tomar decisiones para el bien común.

 Este mismo blog, un servicio ofrecido por la Conferencia Episcopal, es otra forma de asesoramiento explícitamente expuesta en el Decreto.  Los obispos de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos se reúnen dos veces al año para discutir las necesidades pastorales de la nación, y para ofrecerse ayuda mutua en el ejercicio de sus ministerios como  maestros, santificadores y pastores fidedignos en sus respectivas diócesis.  Su colaboración y preocupación se convierten en iniciativas útiles que se realizan a nivel nacional y que ayudan a fortalecer la presencia de la fe católica en los Estados Unidos.  El Decreto animó a los obispos a utilizar los medios de comunicación para fomentar las enseñanzas de la Iglesia.  No hay duda que en 1965 los Santos Padres del Concilio tenían en mente utilizar la prensa escrita – y quizás también la radio y la televisión -  animados siempre a adaptarse a las necesidades que varían de acuerdo a las necesidades de los tiempos, y a utilizar todos los medios que estuvieran al alcance de la Iglesia.  Esto sigue siendo relevante hoy.

El ministerio diocesano de un obispo es mucho más efectivo cuando se lleva a cabo en colaboración con el obispo(s) auxiliar, los sacerdotes, diáconos, y con la asistencia de laicos y religiosos. El obispo depende de este apoyo para continuar la misión de la Iglesia, para que se mantenga activa y presente por toda la diócesis. Esta colaboración y cooperación tan necesaria se enriquece con los muchos talentos especiales  que el Espíritu Santo ha dado a los fieles por el bautismo y la confirmación.

Esto nos lleva de nuevo al Sínodo de los Obispos que se reúne en Roma bajo el lema de la Nueva Evangelización.  Por medio del “Decreto sobre el Ministerio Pastoral de los Obispos en la Iglesia los obispos han podido tratar, todos juntos, su preocupación por aquellos católicos que se han alejado de la práctica regular de su fe, o de sus creencias en las enseñanzas fundamentales de la Iglesia. Esta reunión facilita a los obispos a hacer todo lo que esté en su poder para asegurarse de que las actividades de evangelización necesarias sean apoyadas y promovidas por todos los miembros de la Iglesia. Por lo tanto, esperamos con ansiedad las muchas ideas y recomendaciones que todos los obispos del mundo reunidos propongan al Papa como oportunidades provechosas para la Iglesia de nuestro tiempo.

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El Obispo Howard J. Hubbard dirige la Diócesis de Albany, en Nueva York, y es obispo desde hace 35 años.

The Council At 50: All Are Missionaries


 
Welcome to one of the series of blogs on the Second Vatican Council. Each piece reviews one of the 16 documents produced by the Council Fathers during the extraordinary occasion in Church history. Vatican II, which drew together the world’s bishops, opened fifty years ago in St. Peter’s Basilica, October 11, 1962.
 
(Photo courtesy of Catholic News Service)
 

Fifty years ago, the Second Vatican Council issued Ad Gentes Divinitus (Divinely Sent to the Nations). This “Decree on the Church’s Missionary Activity” remains relevant today.  In it the Council Fathers made clear that are all “missionaries.”

When most of us think of “missionaries,” we picture priests, sisters and brothers going to far off lands to convert others to Christ. Most of us don’t look in the mirror and see a missionary, but we should.

The council decree aimed to “rally the forces of all the faithful.” Missionaries plant “the Church among peoples or groups who do not yet believe in Christ.” Given this reality, how can the rest of us, who do not go “forth into the whole world,” be missionaries? The decree stresses the answer is simple because missionary activity always occurs through personal example and acts of love that foster charity, justice and peace.
 
“For all Christians, wherever they live, are bound to show forth, by the example of their lives…that new man put on at baptism….  Thus other men, observing their good works, can glorify the Father...,” the decree said.

In the wake of Vatican II the church saw an explosion in the “lay apostolate.” Parishes established social ministry committees to engage all parishioners in service to those in need at home and abroad; individual Catholics got involved in civil rights, anti-poverty and peace movements. This apostolate received additional impetus from this sense of “mission” highlighted by the Council. That energy and engagement continues today and finds an outlet in charity that is motivated by unconditional love of everyone.

“Christian charity truly extends to all, without distinction of race, creed, or social condition: it looks for neither gain nor gratitude,” the decree states. “For as God loved us with an unselfish love, so also the faithful should in their charity care for the human person…with the same affection with which God sought out man.”

This love in action extends to “the poor and the afflicted” in a special way, and not just in charity, the Fathers said. Love impels us to promote peace and justice, the Council Fathers stressed as they proclaimed:  “Let Christians labor and collaborate with others in rightly regulating the affairs of social and economic life.”  “[L]et them take part in the strivings of those peoples who, waging war on famine, ignorance, and disease, are struggling to better their way of life and to secure peace in the world. In this activity, the faithful should be eager to offer prudent aid to projects sponsored by public and private organizations, by governments, by various Christian communities, and even by non-Christian religions.”

In this regard, the church in the United States can be particularly proud of the work of Catholic Relief Services (CRS). CRS provides humanitarian and development assistance to the poorest communities in about 100 countries.

CRS stands as a tangible expression of the “evangelizing mission” of the Church, not in the sense of converting people, but in the sense of helping people — all people — based on need, not creed.

Pope Paul VI in his Apostolic Exhortation, On Evangelization in the Modern World, amplified this aspect of the “Decree on the Missionary Activity of the Church.” Blessed John Paul II and Pope Benedict XVI reinforced this call for a “new evangelization” in which all Catholics have a role. 

“Between evangelization and human advancement — development and liberation — there are in fact profound links,”  Pope Paul said. Working to protect human life and dignity, especially of the poorest people, is part of the “new evangelization” that the whole Church embraces.

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Bishop Gerald Kicanas of Tucson is the chairman of the board of Catholic Relief Services.

           

Wednesday, October 24, 2012

Los Cincuenta Años Del Concilio: Buscando la Unidad Cristiana


Bienvenidos a una de las series de los blogs sobre el Concilio Vaticano II. Cada nota examina uno de los 16 documentos producidos por los Padres del Concilio durante esa ocasión extraordinaria en la historia de la Iglesia. El Vaticano II, que unificó a los obispos del mundo, se fundó hace cincuenta años, el 11 de Octubre de 1962, en la Basílica de San Pedro.

(Photo courtesty of Catholic News Service)


Cuando yo era un niño los católicos no entraban en iglesias protestantes u ortodoxas, y no orábamos juntos excepto cuando hacíamos una oración en algún evento público. 

Pero ahora, 50 años después del Concilio Vaticano Segundo, oramos juntos con regularidad. En esta forma de “ecumenismo espiritual” se centra nuestro movimiento hacia una unidad cristiana.

Con el Decreto del Concilio sobre el Ecumenismo (1964) Unitatis Redintegratio [Restableciendo la Unidad], se abrieron las puertas de la Iglesia.  El Concilio exhortó  “a todos los fieles católicos a que… cooperen diligentemente en la empresa ecuménica”.  [#4 del Decreto].

De esta forma comenzamos a construir relaciones de confianza y de perdón con nuestros hermanos protestantes y ortodoxos; y nos hicimos amigos.  Comenzamos a ver juntos y con honestidad, los temas que nos dividen.  El Concilio nos urgía a evitar “todos los intentos de eliminar palabras, juicios y actos que no sean conformes, según justicia y verdad, a la condición de los hermanos separados…” [#4]

Entonces nuestra actitud en diálogos formales y en conversaciones informales cambió, de  mutua desconfianza y algunas exageraciones, a la búsqueda honesta de los hechos y las verdades del pasado.  Con frecuencia las diferencias que se advertían procedían de ideas preconcebidas y de impresiones de tiempos pasados, y no de divisiones profundas.

Al restablecer las relaciones, éstas nos llevaron a colaboraciones prácticas. Hoy el almacén de distribución de alimentos local, o nuestros comedores de beneficencia, son con frecuencia atendidos por una coalición ecuménica de iglesias. Muchas veces coordinamos esfuerzos internacionales para
ayudar a los necesitados y así ser más efectivos.

A nivel local vemos que hay grupos de estudio de la Biblia en las parroquias católicas.  Estos no existían durante mi juventud.  Vemos que muchas iglesias protestantes celebran la Cena del Señor todos los domingos.  Los protestantes han compartido con los católicos su amor a la Biblia; y los católicos han compartido con los protestantes su amor a los sacramentos.

Tanto el Vaticano como la Conferencia de Obispos  Católicos de los Estados Unidos participan en diálogos académicos con amigos y colegas protestantes y ortodoxos. “Por medio de este diálogo, todos adquieren un conocimiento más auténtico y un aprecio más justo de la doctrina y de la vida de cada comunión”. [#4]

Uno de los  resultados de estos diálogos fue la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación que es una declaración cuidadosamente escrita sobre la esencia teológica de la Reforma Luterana.  Esta declaración fue acordada en 1999 por la Federación Luterana Mundial y el Vaticano.  Su afirmación central era: “Juntos confesamos: “Solo por gracia mediante la fe en Cristo y su obra salvífica y no por algún mérito nuestro, somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones, capacitándonos y llamándonos a buenas obras” [#15 de la Declaración].  En el 2006, el Consejo Metodista Mundial firmó la Declaración.

Recientemente los representantes de muchas Iglesias ortodoxas y de la Santa Sede firmaron el Documento de Ravenna.  Esta declaración tan poco conocida sobre la naturaleza sacramental de la Iglesia y sus implicaciones en la vida y la autoridad de la Iglesia – local, regional y universal – fue un avance con implicaciones significativas para la unidad de los cristianos occidentales y orientales.

Indiscutiblemente que todavía hay otras “maneras de proceder” y esto es un reto para todos los cristianos.  Solo estamos comenzando a tratar, de forma ecuménica, algunos de los asuntos “calientes” de la moral de nuestros tiempos, como son las interrogantes de la moralidad sexual. 

Aunque estamos esencialmente de acuerdo en muchos asuntos de la moral, necesitamos ahondar más aún sobre las causas de nuestras divergencias.

La tarea del ecumenismo es lenta pero constante.  Estamos tocando las bases profundas de nuestras vidas. Somos lentos en adaptarnos al cambio, aunque este sea para mejorar.
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El Obispo Denis Madden es el Presidente del Comité sobre Asuntos Ecuménicos e Interreligiosos de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos.

 

Monday, October 22, 2012

Los Cincuenta Años Del Concilio:Todos Somos Misioneros



 
Bienvenidos a una de las series de los blogs sobre el Concilio Vaticano II. Cada nota examina uno de los 16 documentos producidos por los Padres del Concilio durante esa ocasión extraordinaria en la historia de la Iglesia. El Vaticano II, que unificó a los obispos del mundo, se fundó hace cincuenta años, el 11 de Octubre de 1962, en la Basílica de San Pedro.
 
 
Hace cincuenta años el Concilio Vaticano Segundo emitió el decreto Ad Gentes Divinitus (La Iglesia Enviada a las Naciones). Este “Decreto sobre la Actividad Misionera de la Iglesia” mantiene su relevancia hoy.  En el, los Padres del Concilio aclararon que todos somos “misioneros”.

Cuando la mayoría de nosotros pensamos en los “misioneros”, nos imaginamos a los sacerdotes, a las religiosas y a los hermanos viajando a tierras remotas para convertir a otros para Cristo.  Casi todos nosotros, cuando nos miramos al espejo, no vemos a un misionero, cuando en realidad deberíamos verlo.

El decreto del Concilio tenía como propósito “unir las fuerzas de todos los fieles”.  Los misioneros emplazan a “la Iglesia entre gentes o grupos que aun no creen en Cristo”.  Dada esta realidad, ¿cómo es que el resto de nosotros, que no “vamos por todo el mundo”, podemos ser misioneros?  El decreto afirma que la respuesta es simple ya que la actividad misionera ocurre siempre por medio del ejemplo personal y por actos de amor que fomenten la caridad, la justicia y la paz.

El decreto nos dice: “Porque todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de sus vidas …al hombre nuevo con que se revistieron por el bautismo… de tal forma que, todos los hombres vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre...”.

A consecuencia del Vaticano II, la Iglesia experimentó una explosión del “apostolado laico”.  Las parroquias establecieron comités de ministerios sociales en los que los parroquianos sirvieron a los necesitados, tanto en el país como en el extranjero, y los católicos, por su cuenta, se involucraron en movimientos de derechos civiles, y para luchar contra la pobreza y en favor de la paz.  Este apostolado recibió un estímulo adicional por el sentido de “misión” destacado por el Concilio.   Esa energía y ese compromiso continúan hoy en día, y se canalizan haciendo la caridad,  motivados por el amor incondicional a los demás.

El decreto señala: “La caridad cristiana se extiende a todos sin distinción de raza, credo o condición social, y no busca ni lucrar ni recibir agradecimiento alguno”. “Pues así como Dios nos amó con un amor gratuito, así los fieles, por la caridad deben preocuparse por el ser humano…, amándolo con el mismo amor con el que Dios hizo al hombre”.

Este amor en acción se extiende de manera especial a “los pobres y los afligidos”, y no solo en la caridad, enfatizaron los Padres del Concilio.  El amor nos impulsa a promover la paz y la justicia, dijeron los Padres del Concilio, quienes proclamaban: “Trabajen los cristianos y colaboren con los demás hombres en la recta ordenación de los asuntos económicos y sociales.    Tomen parte además, los fieles cristianos, en los esfuerzos de aquellos pueblos que, luchando contra el hambre, la ignorancia y las enfermedades, se esfuerzan en conseguir mejores condiciones de vida y en asegurar la paz en el mundo. Gusten los fieles de cooperar prudentemente en este aspecto con los trabajos emprendidos por instituciones privadas y públicas, por los gobiernos, por los organismos internacionales, por diversas comunidades cristianas y por las religiones no cristianas”.

En este aspecto, la Iglesia de los Estados Unidos debe sentirse orgullosa del trabajo que realiza Catholic Relief Services (CRS) (Servicios de Auxilio Católico)  al ofrecer asistencia humanitaria y de desarrollo personal a las comunidades más pobres de unos 100 países.

CRS es una manifestación tangible de la “misión evangelizadora” de la Iglesia, no en el sentido de convertir personas, sino en el de ayudar a las personas –a todas las personas- de acuerdo a su necesidad y no a su credo.

El Papa Pablo VI en su Exhortación Apostólica, Sobre la Evangelización del Mundo Moderno, desarrolló este tema en el “Decreto sobre la Actividad Misionera de la Iglesia”. El Venerable Juan Pablo II y el Papa Benedicto XVI reafirmaron aun más este llamado a una “nueva evangelización” en la que todos los católicos tienen un papel a desempeñar. 

“Existen profundas conexiones entre la evangelización y el progreso humano – desarrollo y liberación”,  apuntó el Papa Pablo.  Trabajar para proteger la vida humana y la dignidad, especialmente la de las personas más pobres, es parte de la “nueva evangelización” a la que se une toda la Iglesia.

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Gerald Kicanas, Obispo de Tucson, es director del Comité de Catholic Relief Services.

           

The Council at 50: A New Way of Working for Bishops: Consultation


Welcome to one of the series of blogs on the Second Vatican Council. Each piece reviews one of the 16 documents produced by the Council Fathers during the extraordinary occasion in Church history. Vatican II, which drew together the world’s bishops, opened fifty years ago in St. Peter’s Basilica, October 11, 1962.
 
(Photo courtesy of Catholic News Service)

As bishops from around the world gather in Rome for the XIII ordinary Synod of Bishops, they can thank the Fathers of the Second Vatican Council for making the opportunity possible. The Synod of Bishops, established by Pope Paul VI prior to the conclusion of the Council, implemented the bishops’ desire for a permanent structure that would be available to the pope, as needed, to discuss important topics in the Church.  In this way, the pope could draw upon the experience and insights of bishops who exercise their ministry within different circumstances and conditions and make decisions that respond to the needs of the Church in the many countries where she exists.

The importance of consultation in the exercise of Church governance is a theme that echoes throughout Christus Dominus (Christ the Lord), the “Decree on the Pastoral Office of Bishops in the Church.” It was the Council’s hope that opportunities for consultation would continue to thrive at every level of the Church’s structure. If your diocese has celebrated a diocesan synod any time in the last two decades you have experienced this hope in action. You are even more likely to be familiar with the councils that exist on the diocesan and parish levels that provide regular opportunities for lay women and men, religious, priests, and deacons to offer their insights and expertise to their bishop or parish pastor to assist them in making decisions that benefit the common good. 

This very blog is a service provided by another consultative structure explicitly affirmed by the Decree, the episcopal conference. The bishops of the United States Conference of Catholic Bishops gather twice a year to discuss the pastoral needs of the nation and to offer mutual support for the exercise of their ministry as authoritative teachers, sanctifiers and pastors within their individual dioceses. Their cooperation and concern result in helpful initiatives that are best undertaken on the national level and that serve to strengthen the witness of the Catholic faith within the United States. The Decree encouraged bishops to utilize the media to promote the Church’s teaching. While the Council Fathers, in 1965, undoubtedly had in mind the print media – and perhaps also radio and television – their encouragements to adapt always to the changing needs of the times and to engage all of the means that are available to the Church continue to be relevant today.

A diocesan bishop’s ministry is most effective when it is carried out in collaboration with the auxiliary bishop(s), priests, and deacons, and with the cooperation of laity and religious. The bishop depends on their assistance to further the mission of the Church so that it is truly active and present throughout the diocese. This necessary collaboration and cooperation is enriched by the many and unique gifts that have been given by the Holy Spirit to the faithful in baptism and confirmation.

This brings us back to the Synod of Bishops meeting in Rome on the topic of the New Evangelization. The “Decree on the Pastoral Office of Bishops in the Church has enabled the bishops to address together their concern for Catholics who may have fallen away from the regular practice of their faith or from belief in fundamental teachings of the Church. It facilitates bishops’ doing everything in their power to make certain that the needed activities of evangelization are supported and promoted by every member of the Church. We, therefore, await with anticipation the many insights and recommendations that the bishops who assembled from around the world propose to the pope as fruitful opportunities for the Church in our time.

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Bishop Howard J. Hubbard heads the diocese of Albany, New York, and has been a bishop for 35 years.

Friday, October 19, 2012

State of Saints

New Yorkers may seem hardened and cynical, but they can still take notice of miracles within their borders. Hence, their pride in having two new saints to their claim. The first, Kateri Tekakwitha, known as “the Lily of the Mohawks,” lived her faith in the area of Amsterdam, a relatively short distance from the state capital, Albany. She did so despite fierce opposition from her tribe and died in 1680. The other, Mother Marianne Cope, a member of the Syracuse Franciscan nuns, gave her life to helping the poor, especially those outcasts with Hansen’s disease, on a leper colony on the Hawaiian island of Molokai. She died in 1918. Both will be canonized October 21 by Pope Benedict XVI. From the Empire State’s perspective, this gives New York State “pride of ownership’ of seven of the 12 formally acknowledged saints in the United States.


Mr. Downes’ highlighting of 12 American saints made journalist factfinders pause. The Catholic Church says the country claims ten official saints. The New York Daily News called the bishops’ conference to ask about the discrepancy. A little research discovered that while the Vatican speaks of Jesuit St. Isaac Jogues and his companions in martyrdom as one addition to the roll of saints, The New York Times counted by name two of Jogues’ martyred companions, René Goupil and Jean de la Lande. Thus, for The Times, the Empire State now can claim a total of seven official saints, and the nation may claim 12.

The Jesuit martyrs are held high by the Albany Diocese, home of the Shrine of the North American Martyrs near Amsterdam. Bishop Howard Hubbard of Albany has been calling his see “the diocese of saints.” He notes that the diocese claims not only the three Jesuits martyred there and now Blessed Kateri, but also Mother Marianne. When the Syracuse Franciscan went to Hawaii, it was actually from the Albany Diocese since the Diocese of Syracuse didn’t exist then. It was formed later to include land from the Albany Diocese.

Mr. Downes also lets New York claim the first American saint, Mother Frances Xavier Cabrini, a naturalized citizen who worked with Italian immigrants in New York City; and the first native U.S. saint, Mother Elizabeth Ann Seton, the founder of the Catholic school system, who was born in the Big Apple. From his office in Manhattan, Mr. Downes thinks of the seven saints as New Yorkers. Not bad for just one of the 50 states. Bishop Hubbard from his office in Albany notes that five of the seven were from his diocese alone. Even better for just one of the 195 dioceses in the nation.

Others also can take pride. With the canonization of Mother Marianne, U.S. nuns now have their sixth official American nun saint. In addition to Mother Marianne, they include St. Frances Xavier Cabrini; St. Elizabeth Ann Seton; St. Katharine Drexel, a Philadelphia socialite who became a missionary to Indians and Native Americans; St. Mother Théodore Guérin, founder of the Sisters of Providence of St. Mary-of-the-Woods and who opened schools in Illinois and Indiana; and St. Rose Philippine Duchesne, a missionary to Native Americans, who traveled to the Louisiana Territory from France and opened the first free school for girls west of the Mississippi.

You have to smile when you look at the accomplishments of these 10 (or is it 12?) official saints. And with seven of the 12 connected to New York, and five connected to the Albany Diocese, it’s clear why even God may chant the state mantra/slogan, “I love New York.”

Thursday, October 18, 2012

Los Cincuenta Años Del Concilio: Pronunciamientos del Concilio Vaticano II sobre la Palabra de Dios

Bienvenidos a una de las series de los blogs sobre el Concilio Vaticano II. Cada nota examina uno de los 16 documentos producidos por los Padres del Concilio durante esa ocasión extraordinaria en la historia de la Iglesia. El Vaticano II, que unificó a los obispos del mundo, se fundó hace cincuenta años, el 11 de Octubre de 1962, en la Basílica de San Pedro.

(Photo courtesy Catholic News Service)


No todos los documentos son creados iguales. De los 16 que el Concilio Vaticano Segundo produjo, solo dos llegaron a ocupar el lugar más destacado en la Constitución Dogmática con respecto a la religión.  Ellos son Lumen Gentium (sobre la Iglesia) y Dei Verbum (sobre la Palabra de Dios).

En Dei Verbum (DV), los Padres del Concilio respondieron a malentendidos comunes sobre la Iglesia y la Biblia.  Los siguientes cinco puntos muestran como contestaron a estos retos que les presentaba el mundo.

1. La Tradición: Las personas preguntan con frecuencia por qué la Iglesia pone su fe en la Tradición, especialmente cuando ésta no se encuentra en la Biblia.  Dei Verbum enseña que antes de que la Palabra fuera escrita (la Sagrada Escritura), ésta fue predicada y vivida. La Iglesia llama Tradición a las enseñanzas y las acciones de los Apóstoles. La Sagrada Escritura y la Tradición no se pueden separar; están entrelazadas y unidas pues las dos son expresiones de Cristo (cf. DV 7-10).  Sin embargo, no se pueden interpretar por sí mismas, y por eso la Tradición y la Sagrada Escritura tienen también a los Obispos, como sucesores de los Apóstoles, para que las interpreten.  Dei Verbum nos ofrece un trípode: Sagrada Tradición, Sagrada Escritura y Magisterio, que “están tan entrelazados y unidos entre sí, que no tienen consistencia el uno sin el otro” (DV 10).  Juntos conducen eficazmente a la salvación en Dios.

2. La DV afirmaba que la Biblia es inspirada por Dios y por lo tanto no tiene error.  Algunos estudiosos de la Biblia han tratado de entender nuestro mundo utilizando solamente el poder de su mente humana, dejando fuera la fe o lo sobrenatural – y de forma efectiva manteniendo a Dios al margen de la creación y del cielo.  Buscan en la Biblia explicaciones “naturales” a cualquier mención de sucesos “sobrenaturales”.  DV declara que toda la Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento incluidos, fue “escrita bajo la inspiración del Espíritu Santo”.  Por lo tanto, tienen a “Dios como autor”, (DV 11) quien actúa de forma sobrenatural. DV afirma que la Biblia debe ser leída con la fe al igual que con la razón, y que la Biblia enseña “con fidelidad y sin error”,  y nos es dada “para nuestra salvación” (DV 11). 

3. Aceptando la Sagrada Escritura con humildad y la DV: Así como Dios se humilló a sí mismo para hacerse hombre en todo, excepto en el pecado, así también la Palabra se humilló para ser escrita en un lenguaje humano pero sin error (DV 13).  La presencia humilde de Dios por medio de Jesús es comparada a la presencia humilde de Dios en la palabra escrita.  Las dos requieren fe para ver lo divino en lo humano.  Esto quiere decir que, al igual que las personas sin fe no reconocieron a Jesús como el Hijo de Dios, hoy las personas sin fe tampoco reconocerán a la Biblia (por su naturaleza humilde) como inspirada por Dios y escrita sin error.

4. Quizás el hecho más relevante de la DV es que declara que en la Biblia la verdad está expresada de acuerdo al  “estilo literario” de cada libro o cada parte.  La verdad histórica estará expresada de diferente forma a la verdad profética o a la verdad poética, y estos “estilos” son el resultado del “tiempo y la cultura” de la época en la que fueron escritos. (DV 12).  La DV también expone que cada línea de la Sagrada Escritura debe ser entendida con relación a la Biblia como un conjunto, así como en relación a toda la Santa Tradición de la Iglesia.  La Biblia es una unidad.

5. Finalmente, DV muestra su deseo para el diálogo y la evangelización cuando alienta a que se traduzca la Biblia para los que no son católicos y hasta para los que no son cristianos, y aconseja que esas traducciones deben incluir notas que expliquen los versículos bíblicos de acuerdo a los antecedentes religiosos de los que las lean. (DV 25).

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Anthony Taylor, Obispo de Little Rock, Arkansas, es miembro del Subcomité de Traducciones de las Escrituras de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos.

The Council at 50: Vatican II’s Word on the Word of God



Welcome to one of the series of blogs on the Second Vatican Council. Each piece reviews one of the 16 documents produced by the Council Fathers during the extraordinary occasion in Church history. Vatican II, which drew together the world’s bishops, opened fifty years ago in St. Peter’s Basilica, October 11, 1962.

(Photo courtesy Catholic News Service)


All documents are not created equal.  Of the 16 produced by the Second Vatican Council, only two got top-tier religious ranking:  Dogmatic Constitution. Those two are Lumen Gentium (On the Church) and Dei Verbum (On the Word of God).

In Dei Verbum (DV), the Council Fathers responded to common misunderstandings about the Church and the bible. The following five highlights show how they answered these challenges from the world.

1. Tradition:  People often ask why the Church puts faith in Tradition, especially if it’s not found in the bible.  Dei Verbum teaches that before the Word was written (Scripture), it was preached and lived. It is the preaching and deeds of the Apostles, which the Church calls Tradition. Scripture and Tradition, that cannot be separated. They are living and interconnected –
both expressions of Christ (cf. DV 7-10). 
Yet they cannot interpret themselves, and so Tradition and Scripture also have the successors of the Apostles, the bishops, to interpret them.  Dei Verbum gives us a tripod of Tradition, Scripture and teaching authority, “so linked and joined together that one cannot stand without the others” (DV 10).  Together, they lead securely to salvation with God.

2. DV affirmed the bible as inspired and therefore without error.  Some biblical scholars have tried to understand our world using only the power of human reason, leaving out faith or the supernatural – effectively sidelining God to the act of creation and then to heaven. They search for “natural” explanations for any mention of “supernatural” happenings in the bible. DV states that the whole bible, Old and New Testament, was “written under the inspiration of the Holy Spirit.”  Therefore, they have “God as their author,” (DV 11) who can act supernaturally.  DV affirms that  the bible must be read with faith as well as reason.  It states that the bible teaches “faithfully and without error” and is given to us “for the sake of salvation” (DV 11). 

3. DV’s embrace of humility in Scripture:  Just as God humbled Himself to become human in every way except sin, so the Word humbled itself to be written in human language in every way except error (DV 13). The humble appearance of God in Jesus is compared to the humble appearance of God in the written word.  Both require faith to see the divine in the human.  This means that just as people without faith failed to see Jesus as the Son of God, today people without faith will fail to see the bible (because of its humble nature) as inspired and without error.

4. Perhaps, the biggest development in DV states that the bible’s truth is expressed according to the “literary form” of each book or part.  Historical truth will be expressed differently from prophetic or poetic truth; and these “forms” follow the “time and culture” when they were written (DV 12).  DV also says that every line of Scripture has to be understood in relation to the bible as a whole, as well as in relation to the whole Tradition of the Church. The bible is a unity.

5. Lastly, DV shows a desire for dialogue and evangelization when it encourages translations of the bible for non-Catholics and even non-Christians. Such translations, it counsels, should include footnotes to explain the biblical verses in accord with the religious background of those reading it (DV 25).

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Bishop Anthony Taylor of Little Rock, Arkansas is a member of the Subcommittee on Scripture Translations of the U.S. Conference of Catholic Bishops.

Monday, October 15, 2012

The Council At 50: The Search for Christian Unity



Welcome to one of the series of blogs on the Second Vatican Council. Each piece reviews one of the 16 documents produced by the Council Fathers during the extraordinary occasion in Church history. Vatican II, which drew together the world’s bishops, opened fifty years ago in St. Peter’s Basilica, October 11, 1962.

(Photo courtesy Catholic News Service)


When I was a boy, Catholics did not enter Protestant or Orthodox churches. We did not pray together except for an occasional prayer before a public event. Now, 50 years after the Second Vatican Council, we pray together regularly. This type of “spiritual ecumenism” is at the heart of our movement toward Christian unity.

The Council’s Decree on Ecumenism (1964)Unitatis Redintegratio ( Restoration of Unity), opened the doors of the church. The Council exhorted “all the Catholic faithful…to take an active and intelligent part in the work of ecumenism.” [Decree, #4]

We began to build relationships of trust and forgiveness with our Protestant and Orthodox neighbors. We became friends. We began to look together more honestly at the issues that divide us. The Council urged us to make “…every effort to avoid expressions, judgments and actions that do not represent the condition of our separated brethren with truth and fairness ….” [#4]

In formal dialogues and informal conversations we moved from mutual suspicion and some exaggerations to an honest search for the facts and the truth of the past. Often our perceived differences came from the preconceptions and emotions of times past and not from deep divisions.

Our renewed relationships led to practical collaborations. Today the local food pantry or soup kitchen is often sponsored by an ecumenical coalition of churches. Frequently we coordinate our international efforts to aid those in need so we might be more effective.

On the local level, we see Catholic parish Bible study groups. These did not exist in my youth. We see many Protestant churches celebrating the Lord’s Supper every Sunday.  Protestants have shared with Catholics their love for the Bible; Catholics have shared with Protestants their love for the sacraments.

Both the Vatican and the U.S. Conference of Catholic Bishops engage in scholarly dialogues with Protestant and Orthodox friends and colleagues. “Through such dialogue everyone gains a truer knowledge and more just appreciation of the teaching and religious life of both communions.” [#4]

One result of these dialogues was the Joint Declaration on the Doctrine of Justification, a carefully worded statement on the key theological issue of the Reformation that was agreed to by the Lutheran World Federation and the Vatican in 1999. Its central affirmation is: “Together we confess:  By grace alone, in faith in Christ’s saving work and not because of any merit on our part, we are accepted by God and receive the Holy Spirit, who renews our hearts while equipping and calling us to good works.” [Declaration, #15]  In 2006, the World Methodist Council signed the Declaration.

More recently representatives of many Orthodox churches and of the Holy See endorsed the Ravenna Statement on the church. This little-known statement about the sacramental nature of the church and its implications for church life and authority—local, regional and universal— was a breakthrough with significant implications for the unity of Eastern and Western Christians.

Of course, there’s still a “ways to go” and this challenges all Christians. We are just beginning to address ecumenically some of the “hot” moral issues of our times, such as questions of sexual morality. While we have substantial agreement on many moral issues, we need to dig down deeper into the causes of our divergences.

The work of ecumenism is slow but steady. We are touching the deep foundations of our lives. We all adjust slowly to change – even change for the better.

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Bishop Denis Madden is chairman of the Committee for Ecumenical and Interreligious Affairs of the U.S. Conference of Catholic Bishops.

Thursday, October 11, 2012

The Council at 50: Mass Post-Vatican II, A Participatory Event


Welcome to one of the series of blogs on the Second Vatican Council. Each piece reviews one of the 16 documents produced by the Council Fathers during the extraordinary occasion in Church history. Vatican II, which drew together the world’s bishops, opened fifty years ago in St. Peter’s Basilica, October 11, 1962.


(Photo courtesy Catholic News Service)


Looking over the 50 years since the opening of the Second Vatican Council, it’s clear that the most obvious effects of the Council’s work are seen in the liturgy, especially in the celebration of the Mass.  Sacrosanctum Concilium, the Constitution on the Sacred Liturgy, was the first of the Council’s major documents and set the course for the liturgical reform.

Its influence,still visible today, continues to chart the course for the celebration of Mass and the other sacraments. Five lasting effects of Sacrosanctum Concilium stand out.

1.      Participation: One oft quoted statement of the Council is paragraph 14 of the Liturgy Constitution: “Mother Church earnestly desires that all the faithful should be led to that fully conscious, and active participation in liturgical celebrations which is demanded by the very nature of the liturgy.” When the Church gathers for Mass or any other sacrament, all assembled are engaged in what is taking place, by praying aloud, singing, standing, kneeling, moving in procession, and, for some, fulfilling particular functions such as assisting as altar servers, proclaiming the Scripture readings, or presiding over the celebration as the celebrant (the priest). Now taken for granted, these changes in the liturgy were steps to foster and express our interior participation of the heart and mind in the work of Jesus. In the Mass, all the faithful participate in the offering of the gifts, and in doing so participate by offering themselves – their devotion and lives of service – to the Lord.

2.      Enculturation: Even as Catholics throughout the world celebrate the same Mass, we do so now in our own languages, making use of elements of our own cultures: styles and forms of music, art, and architecture, and praying about what concern us. The liturgy is both the experience of God’s saving presence, it is also an expression of who we are before God. In a culturally diverse society, we are still challenged to celebrate the liturgy in a way that enables everyone to worship and pray. 

3.      Ministry: Prior to the liturgical reforms of the Council, the liturgy was seen as the work of the priest and those few assistants at the altar. Today the liturgy is supported by a variety of ministries (deacons, readers, servers, music ministers, etc.), and the work of the Church is carried out daily by a broad spectrum of people serving, leading, and teaching in the name of the Church. 

4.      Catechesis: The liturgical reforms introduced in the years after the Second Vatican Council required a great deal of explanation and instruction for everyone. The Constitution on the Sacred Liturgy stressed the importance of such teaching as a way to lead the faithful to effective and fruitful participation in the liturgy. Today we continue to teach about what the Mass means and how to worship well. Recently, for example, dioceses and parishes underwent a great effort to teach about the Mass in preparation for the introduction of the Roman Missal, Third Edition.

5.      Mission: Sacrosanctum Concilium teaches that the liturgy is the “source and summit” of the Christian life (see paragraph 10). We don’t just gather at Mass to worship, but also to be energized and sent forth on a mission: to keep the commandments, above all to love God and love our neighbor. And the Mass ends with that reminder: “Go in peace, glorifying the Lord with your life.” 

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Archbishop Gregory Aymond of New Orleans chairs the Committee on Divine Worship of the U.S. Conference of Catholic Bishops.

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