Por Don Clemmer
Una cosa simpática ocurrió en camino
hacia México.
John Allen reporta, que mientras el
Papa Benedicto XVI hablaba a los medios de comunicación a bordo del avión
papal al comienzo de su visita a México, tuvo unas palabras fuertes dirigidas hacia
algunos católicos:
"En su entorno personal, son católicos
creyentes," dijo el Papa. "Pero en la vida pública siguen otros caminos
que no corresponden con los grandes valores del Evangelio y que son necesarios
para la base de una sociedad justa. Es
esencial educar a las personas para que puedan superar esta esquizofrenia. Hay que educarlos no solo sobre la moral
individual, sino también sobre la moral pública”.
Allen señala que los católicos de
Estados Unidos ya están probablemente acostumbrados a este tipo de retórica,
mayormente dirigida a los políticos católicos que no apoyan las enseñanzas de
la Iglesia sobre el aborto en su política pública. Luego Allen anota que el Papa Benedicto
estaba en realidad tocando el tema de la justicia social y la brecha que existe
entre ricos y pobres, y de esa forma había tomado los principios del movimiento
Pro-Vida y los había aplicado a un amplio espectro de temas.
Los obispos de los Estados Unidos hacen
esencialmente lo mismo en el documento Formando
la Conciencia para ser Ciudadanos Fieles, cuando afirman que todo católico tiene
el deber de mostrar en el ámbito público la verdad sobre la
dignidad de cada ser humano, y asimilando
lo que la Iglesia enseña guiar sus acciones cívicas.
En cuanto a cuales son esas enseñanzas,
los obispos ofrecen una estructura moral, completa e interconectada, centrada
en el derecho a la vida y en la dignidad de la persona humana. Al igual que el Papa Benedicto, los obispos hacen
una proyección más amplia cuando aplican este principio a los asuntos de la política
diaria:
La dignidad humana se opone a los
ataques directos a la vida humana, sean estos dirigidos al nonato, o a un civil
en una zona de combate.
Se oponen a la discriminación injusta
basada en el color de la piel, cuando se les niega a la personas trabajo, vivienda
u otras oportunidades; o decidir que por edad o por enfermedad, se le deba quitar
la vida a alguien deliberadamente.
La dignidad humana manifiesta que las
personas no se deben utilizar como medios para obtener un fin, sea para clonar
o destruir embriones humanos en nombre de la ciencia; ir a la guerra sin causa justa,
torturar a personas en nombre de la seguridad nacional; o terminar deliberadamente
con una vida en nombre de la justicia o la compasión.
Finalmente, creer en la dignidad humana
significa que nadie puede permanecer imperturbable al sufrimiento humano
generalizado, sea este por genocidio en
el extranjero o por pobreza en el país.
Todos estos temas están incluidos en el llamado de los obispos a los
católicos a defender consistentemente la vida humana y la dignidad.
Por supuesto que esto conlleva a
complicaciones y malestares, especialmente cuando se choca de frente con las divisiones
ideológicas tradicionales de la política de los Estados Unidos.
Cuando en el 2008, el Arzobispo Charles
Chaput, entonces arzobispo de Denver, se dirigió a un grupo allí reunido, dijo
que parecía que "las personas que me atacan cuando hablo en contra del
aborto son las mismas que me felicitan cuando hablo en defensa de los inmigrantes
y vice versa”. El arzobispo no estaba
demonizando a los que apoyaban a los inmigrantes como personas pro-aborto, o
sugiriendo que los pro-vida eran anti-inmigrantes, sino que ponía el ejemplo por
la necesidad de una mayor consistencia en los temas sobre la vida humana y la
dignidad.
John Carr, director ejecutivo del
departamento Justicia, Paz y Desarrollo Humano de la Conferencia de Obispos Católicos
de los Estados Unidos (USCCB por sus siglas en inglés), ha señalado que
cualquier católico que trata de vivir las enseñanzas católicas consistentemente
en el ámbito público está sujeto a muy pronto sentirse "políticamente
indigente”. La dificultad que tienen los católicos
a enfrentarse con este dilema se refleja en las alianzas políticas fragmentadas
y discrepantes que establecen, a veces expresando alguna preocupación de la
Iglesia, pero neutralizando u opacando la moralidad de otras.
Mientras que puede ser tentador tirarle
la toalla a este desbarajuste, eso sería una forma demasiado simple de actuar y
le daría la espalda al deber que todo católico tiene a involucrarse. Aunque los católicos estén con frecuencia tan
divididos como el resto del país, eso no quiere decir que no puedan
constituirse en una fuerza que haga el bien. Así como los católicos son
llamados a formar sus conciencias individuales, también pueden convertirse en
la voz de la conciencia de todo un proceso político. La clave es no hablar desde agendas
partidistas o ideológicas, sino por convicción que en las palabras de los
obispos, ven “a todos los seres humanos como hijos de Dios".
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