Por Joan Conway
Once años como voluntaria en el comedor de San Camilo en Silver Spring, Md., me han mostrado milagros –lo mejor es encontrar a Cristo aquí mismo.
A través de esfuerzos de 160 voluntarios de al menos 10 países, cinco parroquias y varias escuelas, Dios ha alimentado al pobre. Cada voluntario ha jugado un papel importante en el ministerio de Dios para el hambriento. Comprar, transportar, organizar, empacar, re empacar arroz y frijoles, tirar la comida vieja, saludar a las familias, cada paso es importante.
La meta de nuestro comedor es ofrecer alimentación sana, adecuada, nutritiva y apropiada culturalmente, y ver en cada visitante la imagen de Cristo entre nosotros. A lo largo del camino me he distraído por la política local, reglamentos, el deseo de ser eficiente, de mejorar nuestra recaudación de datos, por escribir solicitudes de fondos y por decidir las reglas de quienes pueden recibir comida y que tan frecuente. Dios ha utilizado cada discusión, cada puesta de latas de comida, cada viaje de compras, para guiarnos hacia adelante. Nunca he descubierto la manera “perfecta” de manejar un comedor. A pesar de nuestras limitaciones, en el 2002 servimos a 300 familias, y este año, con nuestras manos, Dios ha alimentado a más de 8,500 familias y tocado 32,000 vidas al hacerlo.
El experto en comida Michael Pollan dice que la comida se refiere “al gusto, a la comunidad, familia y espiritualidad, acerca de nuestra relación con el mundo natural, y acerca de expresar nuestra identidad. Desde que los humanos han compartido comidas juntos, el comer ha consistido tanto en expresar la cultura como en la biología.” Insistimos en proveer alimentos apropiados a la cultura. Honramos y respetamos la dignidad de la persona que tiene distintas maneras de cocinar o diferentes sabores que los de nosotros. Rechazamos el mito de que –“Si tienes hambre comerás cualquier cosa.”
Como cristianos sabemos que nuestro trabajo es profundo. Frecuentemente cuando los poderes a cargo se encargan de alimentar a la gente, es algo condicional – necesitas una tarjeta de Seguro Social, o una identificación con foto. Entre las numerosas discusiones sobre identificación o no identificación, no hemos perdido de vista de nuestra misión: Alimentar a Cristo en el pobre. En una variación de aquella cena, la noche antes de que Jesús muriera, juntos compartimos el pan, juntos alimentamos a las ovejas.
En el comedor nos damos cuenta que necesitamos compartir con otros. Recibimos mucho de vuelta –el regalo de conocernos mejor. Experimentamos a Dios presente en la compasión que surge cuando la gente se mira a los ojos. Mientras nos esforzamos por experimentar la presencia de Dios, encontramos la dulzura silenciosa de esos momentos privados. El ministerio en el comedor nos ofrece la dulzura de percibir la presencia de Dios entre los otros, entre las familias necesitadas, aun con quienes representan retos, ya sean avaros, engañosos, exigentes. De alguna forma mientras continuamos buscando el rostro de Dios entre quienes conocemos, hacemos eso. Encontramos la presencia de Dios. Este regalo es tan satisfactorio, que a menudo no encontramos palabras para expresarlo, pero nos mantiene regresando.
Aquí en la Parroquia San Camilo y la comunidad católica de Langley Park, tenemos como nuestros modelos a San Francisco y Santa Clara. – un hombre del siglo XIII – que sabía intuitivamente que al aceptar nuestra propia pobreza y la de otros, encontramos a Dios.
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Joan Marie Conway, PhD, es una experta nutricionista.
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