Bienvenidos
a una de las series de los blogs sobre el Concilio Vaticano II. Cada nota
examina uno de los 16 documentos producidos por los Padres del Concilio durante
esa ocasión extraordinaria en la historia de la Iglesia. El Vaticano II, que
unificó a los obispos del mundo, se fundó hace cincuenta años, el 11 de Octubre
de 1962, en la Basílica de San Pedro.
Haciendo un repaso a los últimos 50 años desde el inicio del Concilio Vaticano II, está claro que los efectos más obvios de la labor del Concilio se han visto en la Liturgia, especialmente en la celebración de la Misa. Sacrosanctum Concilium, que es la Constitución de la Sagrada Liturgia, fue el primero de los grandes documentos que desarrolló el Concilio, y que marcó el camino para la reforma de la Liturgia. Su influencia, todavía visible hoy, continúa guiando la celebración de la Misa y de los otros sacramentos. Hay cinco puntos del Sacrosanctum Concilium que sobresalen y perviven:
1.
Participación: Una
declaración del Concilio frecuentemente citada es el párrafo 14 de la
Constitución de la Liturgia: “La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a
todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las
celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la Liturgia misma”. Cuando la Iglesia se reúne para celebrar la
Misa o cualquier otro sacramento, los allí congregados toman parte de lo que
está sucediendo como una unidad, bien sea rezando todos en voz alta, cantando, manteniéndose de pie,
arrodillándose, moviéndose en procesión, y, para otros realizando funciones específicas como son sirviendo como
acólitos, proclamando las lecturas de las Escrituras, o presidiendo la
celebración (el sacerdote). Estos
cambios en la liturgia que ahora tomamos
por consabido, requirieron varios pasos para fomentar y expresar la obra
de Jesús por medio de nuestra participación interior del corazón y la
mente. En la Misa todos los fieles
participan en la presentación de las ofrendas, y de este modo se ofrecen ellos
mismos al Señor con su devoción y su vida de servicio.
2.
Enculturación: Aunque los católicos de todo el mundo celebramos la misma Misa, lo hacemos
en nuestras propias lenguas, tomando los elementos propios de nuestras
culturas, como son estilos y formas de música, arte, arquitectura, y orando por
lo que más nos preocupa. La Liturgia es
la experiencia de la presencia salvífica de Dios como también es la expresión
de quiénes somos delante de Dios. En una
sociedad culturalmente diversa, aún somos retados a celebrar la Liturgia de
manera que podamos rendir culto y orar.
3. Ministerio: Antes de las reformas
litúrgicas del Concilio, la Liturgia era vista como la labor del sacerdote y de
aquellos pocos que lo asistían en el altar.
Hoy la Liturgia está apoyada en una variedad de ministros (diáconos,
lectores, acólitos, ministros de la música, etc.), y la labor de la Iglesia se
lleva a cabo diariamente por un amplio espectro de personas que sirven, dirigen
y enseñan en nombre de la Iglesia.
4. Catequesis: Las reformas litúrgicas
introducidas en los años que siguieron al Concilio Vaticano Segundo requirieron
mucha explicación e instrucción. La Constitución
de la Sagrada Liturgia hizo mucho hincapié en la enseñanza como una forma
efectiva y fructífera de conducir a los fieles a participar en la
Liturgia. Hoy continuamos enseñando lo
que significa la Misa y como rendir culto correctamente. Por ejemplo, recientemente las diócesis y
parroquias hicieron un gran esfuerzo en instruir a los fieles sobre la Misa en
preparación a la presentación de la Tercera
Edición del Misal Romano.
5. Misión: El Sacrosanctum
Concilium enseña que la Liturgia es “fuente y cumbre” de la vida cristiana
(ver párrafo 10). En la Misa no nos
reunimos solamente para rendir culto, sino también para revigorizarnos y poder
seguir con la misión de cumplir con los mandamientos, y por encima de todo,
amar a Dios y amar a nuestro hermano. Y
la Misa concluye con ese recordatorio: “Vayan en paz para glorificar al Señor
con sus vidas”.
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Arzobispo Aymond de Nueva
Orleans dirige el Comité para el Culto Divino de la Conferencia de Obispos
Católicos de los Estados Unidos.
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