Bienvenidos a una de las series de los blogs sobre el Concilio Vaticano II. Cada nota examina uno de los 16 documentos producidos por los Padres del Concilio durante esa ocasión extraordinaria en la historia de la Iglesia. El Vaticano II, que unificó a los obispos del mundo, se fundó hace cincuenta años, el 11 de Octubre de 1962, en la Basílica de San Pedro.
(Photo courtesy of Catholic News Service) |
Por el Arzobispo Robert Carlson
El decreto subrayaba como “primera tarea de los
sacerdotes” el llamado a predicar el Evangelio a todas las gentes. El Santo Concilio
se volvió a concentrar en la centralidad de la Palabra de Dios para la Iglesia,
y elevó la Liturgia de la Palabra a un lugar más prominente dentro de la Misa. Desde entonces, los sacerdotes han estado
trabajando en mejorar la calidad de sus sermones y así mover los corazones de
sacerdotes y de fieles a la conversión y a una mayor fidelidad a Jesucristo.
El “Decreto sobre el Ministerio y la Vida de los Presbíteros” se dirige a los sacerdotes como “colaboradores y consejeros indispensables” de los obispos en el ministerio de la enseñanza, la santificación y la conducción del Pueblo de Dios. Desde que se emitió este decreto, la Iglesia ha establecido el Consejo Presbiteral, que es un grupo de sacerdotes escogidos por el obispo para aconsejarlo en asuntos diocesanos.
El hecho más importante ocurrió con la Exhortación Apostólica Os Daré Pastores del Papa Juan Pablo II. El Papa escribió que en la Iglesia el sacerdote es “un hombre de plena comunión”. Esta frase capta el significado del sacerdocio: que es un hombre en comunión con Dios que está llamado a convertirse en mediador en esta relación, llevando a Dios a los fieles, y trayendo a los fieles a Dios. Esto sucede de muchas maneras, y especialmente durante la Misa. Al ser un hombre de comunión, el sacerdote es también llamado a convertirse en “hombre de misión y de diálogo”. El sacerdocio no se refiere simplemente a la persona del sacerdote. Se trata de una misión – la de llevar el mensaje de Jesucristo a un mundo hambriento de sentido y de propósito. Se trata de diálogo – haciendo que los fieles dentro y fuera de la Iglesia, formen comunidad. El sacerdote debe ser un hombre de testimonio y de paz.
El “Decreto sobre el Ministerio y la Vida de los Presbíteros” hacía un llamado a la Iglesia a emprender una “formación gradual” de los sacerdotes. Desde entonces se ha dedicado un esfuerzo tremendo a la formación de los sacerdotes luego de su ordenación. El Venerable Juan Pablo habló con elocuencia sobre esta necesidad de una formación continuada de los sacerdotes citando a san Pablo en su Segunda Carta a Timoteo: “Por eso te invito a que reavives el don espiritual que Dios depositó en ti”. En junio del 2000, los Obispos de los Estados Unidos promulgaron el Plan Básico para la Formación Permanente de los Sacerdotes con el fin de implementar el proyecto del Papa para una renovación de los sacerdotes de los Estados Unidos.
Esta “revitalización” debe ocurrir en diferentes áreas. El sacerdote está llamado a crecer en formación humana, dice el decreto, “para desarrollar y agudizar su sensibilidad humana”, y así poder comprender las necesidades y los cuestionamientos no formulados por sus fieles. El sacerdote necesita formación espiritual para profundizar su relación con el Padre, por medio del Hijo, y en el Espíritu Santo. Necesita formación intelectual y ser un constante estudioso de las Escrituras, la teología, y de la cultura en donde reside. Y también necesita una permanente formación pastoral que lo ayude a crecer en su caridad pastoral, desarrollando el interés del pastor por sus fieles. En otras palabras, el sacerdote tiene que crecer en la virtud del amor.
Todos los sacerdotes son llamados a realizar esta formación cuando son jóvenes, en la madurez de la vida, o cuando es son mayores. Finalmente, el “Decreto sobre el Ministerio y la Vida de los Presbíteros” hace una vez más un llamado a los sacerdotes a imitar a Jesús, el Maestro: Deben servir y no ser servidos. Son llamados a mejorar su capacidad de escucha antes de hablar. Esta humildad es la base de la espiritualidad del sacerdocio, y es un reto siempre presente ante cualquier actitud de superioridad ó de orgullo. No puede haber clericalismo en una Iglesia que busca evangelizar y llevar a Cristo y su amor al mundo.
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El Arzobispo Carlson es Asesor del Comité para el Clero,
la Vida Consagrada y las Vocaciones de la Conferencia de Obispos Católicos de
los Estados Unidos.
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