Bienvenidos a una de las series de los blogs sobre el Concilio Vaticano II. Cada nota examina uno de los 16 documentos producidos por los Padres del Concilio durante esa ocasión extraordinaria en la historia de la Iglesia. El Vaticano II, que unificó a los obispos del mundo, se fundó hace cincuenta años, el 11 de Octubre de 1962, en la Basílica de San Pedro.
(Photo courtesy of Catholic News Service) |
Por el Arzobispo Paul S. Coakley
Era vital la renovación del sistema educacional del seminario sacerdotal ya que la Iglesia necesitaba sacerdotes preparados para guiar a los fieles en una mayor participación en la misión de la Iglesia. El decreto establecía los principios básicos para la formación sacerdotal, y que desde entonces han servido de guía en la formación de sacerdotes. El histórico documento de 1992, Os Daré Pastores, del Papa Juan Pablo II sobre la formación sacerdotal, ampliaba las bases del decreto y enfatizaba la necesidad de una formación humana necesaria en la educación sacerdotal de hoy.
El decreto apelaba a las conferencias de obispos a establecer normas en los seminarios locales de manera que los sacerdotes pudieran llenar los requisitos pastorales donde ejercían su ministerio. El Santo Padre y sus asistentes en Roma ofrecieron unas normas generales de las cuales todas las conferencias locales de obispos podrían establecer sus propias reglas. En los Estados Unidos, la Conferencia de Obispos Católicos emitió en 1971 el primer Programa de Formación Sacerdotal. Desde entonces este programa ha sido modificado cuatro veces y la Conferencia de Obispos Católicos continua revisando y modificando sus normas para asegurarles a los sacerdotes la mejor formación.
El Concilio hizo énfasis en la formación espiritual en
los seminarios para que los seminaristas pudieran, según decía el decreto “aprender
a vivir en una íntima y constante unión con Dios el Padre, por su Hijo
Jesucristo, en el Espíritu Santo”. Esto
requiere una fiel meditación de la Palabra de Dios, la asistencia a Misa con
regularidad, la confesión, la Liturgia de las Horas, y las devociones a la
Santísima Virgen. A los seminaristas se
les debe enseñar a buscar a Cristo “en el Obispo que los envía, y
en los hombres a los que son enviados, especialmente en los pobres, los niños y
los enfermos; los pecadores y los incrédulos”.
El Concilio destacó la
preponderancia de las Sagradas Escrituras en la formación intelectual. La relación entre las Escrituras y las
doctrinas de la Iglesia, un tema ya tratado en la Constitución
Dogmática sobre la Revelación Divina, queda aquí plasmada. “Fórmense
con diligencia especial los alumnos en el estudio de la Sagrada Escritura, que
debe ser como el alma de toda la teología”, decía el decreto.
Al hacer un énfasis en la formación pastoral, el Concilio dejaba ver su preocupación de realizar un contacto efectivo con el mundo. Esta formación demanda una voluntad de escucha y la capacidad para abrir los corazones a las necesidades de los demás en espíritu de caridad. El decreto apuntaba que los seminaristas deberían aprender el arte de hacer apostolado, no solo en teoría sino en la práctica, llevando a cabo obras pastorales como parte de sus estudios. Debido al rápido crecimiento en la diversidad cultural de la Iglesia de los Estados Unidos en las décadas recientes, las normas actuales del Programa de Formación Sacerdotal alientan con firmeza a los seminaristas a que desarrollen competencias lingüísticas e interculturales para poder ser ministros pastorales más efectivos.
Finalmente, lo que está implícito en el decreto pero que
el Papa Juan Pablo II dejó explícito en Os
Daré Pastores, es la necesidad de una formación humana. El Beato Juan Pablo declaró que los sacerdotes
del futuro debían cultivar una serie de cualidades humanas, tanto por su propio
bien, como en vista a su ministerio sacerdotal. Estas cualidades los capacitan para mantener
un balance capaz de llevar el peso de su responsabilidad pastoral, y conservar la
requerida madurez afectiva para vivir y valorar su celibato. La capacidad del seminarista a relacionarse
con los demás como “hombre de comunión” es esencial para el sacerdocio de
nuestro tiempo.
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El Arzobispo Paul S. Coakley de Oklahoma City es Asesor
del Comité para el Clero, la Vida Consagrada y las Vocaciones de la Conferencia
de Obispos de los Estados Unidos.
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