Bienvenidos a una de las series de los blogs sobre el Concilio Vaticano II. Cada nota examina uno de los 16 documentos producidos por los Padres del Concilio durante esa ocasión extraordinaria en la historia de la Iglesia. El Vaticano II, que unificó a los obispos del mundo, se fundó hace cincuenta años, el 11 de Octubre de 1962, en la Basílica de San Pedro.
(Photo courtesy of Catholic News Service) |
Por el Arzobispo William C. Skurla
Durante
mucho tiempo no estuvo claro cuál era el estatus de estas iglesias. Muchos equiparaban a la iglesia Católica con
la gran tradición Latina que se había desarrollado en Europa Occidental, y
centrada en Roma. Estas Iglesias orientales
seguían tradiciones que a veces diferían de manera significativa con las tradiciones
latinas. Entonces surgió la pregunta de
si los orientales católicos tenían una situación equiparable a los latinos católicos.
Muchos católicos pensaron que no. Es más, en 1742 el Papa Benedicto XIV había emitido
una Encíclica en la que se refería a la “superioridad” y la “preminencia” del
rito latino, y a su vez animaba a los orientales católicos a que permanecieran
fieles a sus tradiciones.
Durante
el Vaticano II, los Padres del Concilio estudiaron esta situación y como
resultado presentaron el Decreto Orientalium
Ecclesiarum (Sobre las Iglesias Orientales)
y que fue aprobado el 21 de noviembre de 1964. El decreto define las enseñanzas más
significativas, y guía las relaciones
entre las Iglesias.
Primero,
el decreto enseña con firmeza que en la iglesia Católica las diferentes
tradiciones orientales y occidentales tienen “igual dignidad”, y que “ninguna
de ellas es superior a las demás”. Por
lo tanto no existe conexión entre el número de personas que siguen una tradición
en particular, y el valor de dicha tradición.
Todas estas las tradiciones, dice el Concilio, son parte de la herencia
de la Iglesia universal.
El
documento también se enfoca en el papel de los Patriarcas que dirigen seis de
las Iglesias orientales católicas, y hace un llamamiento para el
restablecimiento de derechos y privilegios que estas iglesias poseían en el
primer milenio. Esto significa que los
Patriarcas tendrían mayor autonomía y que por ejemplo, ellos y sus Santos Sínodos
podrían establecer nuevas diócesis y
nombrar sus propios obispos dentro de sus territorios. Esto es ya la práctica común dentro de estas
iglesias.
El
decreto considera temas de tipo sacramental.
Contrario a la práctica latina en la que los obispos son los que
confieren la Confirmación, ahora los sacerdotes de la Iglesia católica oriental
podrían conferir este sacramento de
acuerdo con las tradiciones antiguas. El
documento también restaura el diaconado permanente en la Iglesias orientales católicas,
y declara que cuando un católico contrae matrimonio con un cristiano ortodoxo
en una ceremonia ortodoxa, ese matrimonio es válido, pero se debe antes obtener
permiso del obispo católico, aunque solo por legalidad.
El
texto anima a los orientales católicos a participar en el diálogo con las Iglesias
ortodoxas locales para llegar a un acuerdo en común sobre una fecha para la
celebrar la Pascua, aunque esta difiera de la fecha en la que los católicos la
celebran. Por ejemplo, los católicos en
Grecia celebran ahora la Pascua guiándose por el calendario ortodoxo.
En
general, el documento exhorta a los orientales católicos a entablar relaciones
con sus homólogos ortodoxos con un espíritu ecuménico de apertura y respeto. Esto reitera la enseñanza católica de que las
Iglesias ortodoxas tienen sacramentos válidos, y que en muchas circunstancias
es posible compartir los sacramentos con ellos.
Orientalium Ecclesiarum aclaró el lugar que
los orientales católicos ocupan dentro de la Iglesia católica. Esto ha tenido muchas implicaciones para las Iglesias
orientales católicas que hoy son más fieles testigos que antes a sus antiguas
tradiciones orientales. Aún quedan asuntos en los que hay que trabajar, como
por ejemplo la posición del clero casado en estas iglesias, pero las enseñanzas
y la ley canónica de la Iglesia católica proclaman el valor y la autenticidad
de sus tradiciones.
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Arzobispo William C. Skurla está a cargo de la Archieparquía de Pittsburgh y
es director de la Iglesia Católica Bizantina (Rutenia-Europa del Este).Metropolitana
de Pittsburgh.
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