Crecí sin hermanos, pero descubrí al entrar al seminario que no fui llamado solo, pero como parte de un grupo de hermanos que responden al llamado del Señor. La vida en el seminario es para preparar a los hombres para ser sacerdotes de parroquias. Estructuramos nuestro día alrededor de la oración, estudiamos para poder enseñar la fe a otros, miramos al futuro y ejercemos algunos de los apostolados que se nos confiaran en el futuro, como visitar cárceles, trabajar entre los pobres y participar en ministerios de la iglesia en universidades.
La gente frecuentemente pide a los seminaristas y sacerdotes que compartan sus historias de como encontraron la vocación. Cada vez que recuerdo la mía, veo más claramente como el Señor ha trabajado en mi vida. Crecí como luterano evangélico, y aprendí la importancia de la oración y las Escrituras. En la secundaria cuando estaba impaciente por aprender más de la Iglesia Católica, sentí el deseo de recibir los sacramentos –en particular por la confesión y la Eucaristía. Mi esperanza como sacerdote es ayudar a los católicos a reconocer estos preciosos regalos que ellos poseen, y que fácilmente pueden no ser valorados. Los ocho años en el seminario han avivado el fuego del fervor en mí y desde mi ordinación diaconal en Octubre, ese fervor ha encontrado un escape cuando comencé a predicar, bautizar y asistir en el altar.
Este año casi cincuenta hombres serán ordenados del Pontifical North American College junto a docenas de otros en todo el país. Nos embarcaremos en una vida de servicio, encargados de actuar en el nombre de Jesús y dedicarnos a la oración, los sacramentos y la predica. Seremos ordenados en el Año de la Fe, y nuestra primera tarea será creer y presentar a Cristo Jesús a quienes conocemos. Sabemos que el sacerdocio no es para nuestro propio beneficio, pues significa cargar la Cruz. Como Cristo venimos a no a ser servidos sino a servir.
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